Negro sobre blanco, la función del tintero

Gracias a un tintero y una pluma hemos sido partícipes de las más increíbles aventuras, los más hermosos sueños y los peores miedos de la condición humana. A través de él, las musas inspiraban a unos seres especiales, hombres y mujeres de sensibilidad excepcional llamados escritores, para que dejaran constancia para la eternidad de todas esas emociones y sentimientos que se resumen en la búsqueda de la belleza y la verdad, eterno anhelo del ser humano.



Por ello, este tintero pretende ofrecer al cansado navegante del siglo XXI un espacio en el que disfrutar de esa búsqueda apasionante a través de la literatura y el arte. Quién sabe la magia que puede guardar en su interior. Disfrutad el viaje.

sábado, 7 de agosto de 2010

Reflejos

La vida es una pura sucesión de imágenes. De hecho, vivimos en la sociedad de la imagen. A través del cine, la televisión o la pintura, vemos constantemente representaciones de lo que somos, o, más bien, de lo que nos gustaría ser. En este entramado visual hay dos elementos que se repiten y que siempre nos muestran una representación fiel, veraz, de lo que vemos y somos: el agua y el espejo.
El agua es el elemento clave para la vida, en el que nos sentimos seguros y arropados. No debemos olvidar que vivimos en un planeta compuesto en sus tres cuartas partes por este elemento.

Por otro lado, el espejo es una superficie limpia, una ventana al alma, a lo que somos. En él está escrito el mejor de los retratos posibles y, también, el más duro, porque es la mejor copia directa de la realidad.

En este punto, entre los sauces llorones y los pequeños charcos que se forman alrededor del estanque del parque pamplonés de Yamaguchi, se suceden imágenes de la vida de una de las mejores escritoras de todos los tiempos: Virginia Woolf.

Ella vivió toda su infancia en una casa de siete pisos con su numerosa y abultada familia compuesta de ocho hermanos, en pleno corazón de la gran metrópoli que es Londres. Así, lo primero que veían los niños Stephen desde su habitación de juegos en el número 22 de Hyde Park Gate era la majestuosa y sobria belleza de los jardines de Kensignton. Allí, entre los parterres de flores y el estanque redondo se desarrolló la niñez de Virginia y Vanessa, las dos hermanas que en un futuro se convertirían en el centro de uno de los grupos literarios más interesantes y enriquecedores del siglo XX: el grupo de Bloomsbury. Allí, en las largas excursiones invernales y en los juegos infantiles, nació la peculiar sensibilidad pictórica de Vanessa y el arrollador ingenio y talento narrativo de Virginia.

Por estas razones, las palabras son la mejor arma para expresar este mundo de imágenes, como un talismán que sirva para trasladarnos al Londres victoriano. La cadencia del agua y los reflejos de las gotas de lluvia acentúan aún más si cabe la melancolía del lugar, como si faltasen en él sus protagonistas principales, Vanessa y Virginia. Precisamente el agua fue el elemento decisivo en el final de Virginia.

Ella, que poseía una mente abierta, ingeniosa y lúcida también estaba aquejada de un trastorno bipolar que la sumía en profundas crisis y depresiones. En el verde profundo de sus ojos se nota esa necesidad de equilibrio, de serenidad en su vida. La solución a ese mal la encontró un día de abril de 1941 cuando, colocándose piedras en su abrigo se sumergió en el río Ouse, mitigando para siempre sus fantasmas. El mismo agua que veo fluir tranquila en este apacible estanque parece esconder infinitos secretos vedados al común de los mortales. Quizá a través de la transparencia de las palabras y su poder, se resuelva el enigma.

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