Negro sobre blanco, la función del tintero

Gracias a un tintero y una pluma hemos sido partícipes de las más increíbles aventuras, los más hermosos sueños y los peores miedos de la condición humana. A través de él, las musas inspiraban a unos seres especiales, hombres y mujeres de sensibilidad excepcional llamados escritores, para que dejaran constancia para la eternidad de todas esas emociones y sentimientos que se resumen en la búsqueda de la belleza y la verdad, eterno anhelo del ser humano.



Por ello, este tintero pretende ofrecer al cansado navegante del siglo XXI un espacio en el que disfrutar de esa búsqueda apasionante a través de la literatura y el arte. Quién sabe la magia que puede guardar en su interior. Disfrutad el viaje.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Surrealismo en Navidad

Aquella mañana fría del 31 de enero ella madrugó feliz. Aunque le esperase una experiencia surrealista.

Ya tenía la maleta hecha y todo preparado para el viaje que la llevaría de vuelta a su casa aquella misma tarde. Pero antes, debía estar en la oficina hasta el mediodía. Un absurdo, un despropósito. Y no porque no le gustase su trabajo – le apasionaba- y mucho menos su lugar de trabajo, una de las torres más modernas y bellas de la ciudad. Una joya arquitectónica símbolo de la eficiencia y el confort que también pretendía transmitir la empresa en la que trabajaba. Ella, una mujer práctica y directa, había intentado explicar a su jefa que todos sus compañeros le habían comentado que en su área de negocio prácticamente permanecía cerrada en los festivos de Nochebuena y Nochevieja, sin suerte. “Pero, viene gente a trabajar, ¿no?”- esa fue toda su respuesta. En pleno siglo XXI, con todas las herramientas tecnológicas  a su disposición para poder afrontar cualquier eventualidad o urgencia, con unos portátiles de última generación dignos de un informático avezado, ésa había sido su respuesta. Y ella no se atrevió a rebatirla.

No era que le faltase carácter, desde luego. Simplemente se encontraba cansada y cohibida. Mucha lucha detrás. Años encadenando ilusiones transformadas en proyectos de poco más de doce meses de duración, un concurso de acreedores de su anterior empresa y ahora, una guerra en los precios del petróleo que ponía en tela de juicio su continuidad en la compañía. Tiempos de guerra, sin duda. Tan real como la vida.

Sabía de antemano que su tiempo allí estaba contado, desde el mismo día que firmó el contrato, pero le faltaba por conocer la fecha en la que ese final se escenificaría. Entretanto, el hecho de poder dedicarse a lo que le gustaba – comunicar, conocer de primera mano la actividad de una compañía que florece y evoluciona en el tiempo – y transmitirla a la sociedad era ya en sí un premio. Un logro pagado con muchas lágrimas y una gran herida en su autoestima que debía curar día a día. A pesar de que le gustase su trabajo y se esmerase en ofrecer lo mejor de sí misma y de los conocimientos que poseía, ella pensaba que no era suficiente. Nunca sería lo suficientemente buena para poder demostrar todo lo que podría dar de sí. Porque para lograr un éxito, la suerte es un componente básico y encontrar personas que apuesten por ti, es un ingrediente fundamental en ese éxito. Casi la mayor suerte a la que se puede aspirar. Un buen mentor del que aprender y en el que apoyarse para llegar lejos.

Todos esos pensamientos se agolparon en su mente mientras cogía el metro camino del trabajo, pero se despejaron en cuanto llegó al lujoso hall. Qué privilegio poder trabajar allí. A pesar de ser una consultora externa, ya conocía a casi todos sus compañeros de diferentes áreas y, por supuesto, su especialidad como relaciones públicas era ganarse a todas las personas importantes: desde las recepcionistas, a los guardias de seguridad hasta el director del área de negocio. Porque cada persona cuenta y siempre había pensado que el mayor activo de la compañía se iba cuando el último empleado salía de la oficina. Puede ser una verdad de Perogrullo que enseñen en los manuales de Recursos Humanos, pero ella lo vivía así.

Ya acomodada ante una visión única y casi fantasmagórica de su planta – sin gente, sin ruido, pero con la misma luz y espectaculares vistas de la ciudad- se dispuso a llevar a cabo lo que había planificado para ese día. Enviar mails a unos cuantos proveedores y a un cliente para preparar una campaña social que empezaría en febrero. Organizar lleva siempre tiempo y es mejor ser previsor. Mientras estaba escribiendo en medio de un silencio armonioso oyó el ruido del ascensor parándose y la puerta del hall de la planta, que se abría con una tarjeta electromagnética. Apareció entonces un guardia de seguridad. Un chico joven, probablemente de su edad o un par de años mayor. “Hola, perdona, ¿me puedes decir tu nombre? Es que no hay nadie confirmado para venir a trabajar en esta planta hoy. Por eso tengo que confirmarlo con mi jefe”. A ella se le heló la sangre. Otra humillación gratuita más. “Disculpa, pero he confirmado a mis superiores por mail que hoy vendría a trabajar y, como puedes ver, estoy en ello. De otra forma me hubiera quedado en mi casa” - confirmó ella displicente. “Lo entiendo perfectamente, pero cumplo órdenes, señora”- se justificó él. “Por seguridad del edificio se nos confirma un listado final antes de esta fecha y en esta planta no aparece nadie”- subrayó. Viendo que no podrían llegar a un acuerdo fácilmente, pues toda la zona estaba videovigilada y en un momento u otro volverían a la carga, ella negoció. “Mire, ahora mismo mis superiores están de viaje, puedo reenviarle el mail en el que confirmo mis vacaciones. Mientras se lo enseña a su jefe yo puedo terminar mis envíos. Acto seguido me voy”. Y así se hizo.

Cuando, una hora más tarde, estaba bajando el ascensor acompañada del guardia de seguridad, llena de rabia, se culpó a sí misma por haber permitido esa situación. Por no haber defendido bien lo que el sentido común le había dictado. Quizá por no haber hecho ese mismo trabajo desde su casa. Ahora ya era tarde.

Al salir, mientras caminaba en la explanada donde se sitúa el edificio, sonó el teléfono. Era su madrina, que quería felicitarle antes del Año Nuevo y le preguntaba qué libro quería para Reyes. Entonces, escuchando esa voz cálida y familiar, pensó que lo importante en la vida es muy simple. Que más allá de las circunstancias, los problemas, o las miserias – de las que todos guardamos alguna – está la aventura del camino. Que la Navidad siempre nos recuerda aquello por lo que merece la pena disfrutar y pelear. Más allá de surrealismos.