La política es sin duda, el arte de lo posible. Hace factible la convivencia pública, el progreso de los pueblos. Pero para ello necesita verdaderos líderes - incluso a veces en la parte negativa, malos líderes - para darnos cuenta de qué debemos hacer para avanzar, sacar lo mejor de nosotros mismos y lograr el éxito. Eso es el progreso.
En lo personal, yo ni siquiera había nacido cuando Adolfo Suárez culminó su labor de gobierno con una despedida honesta y memorable. Una actuación impecable y digna ante el golpe de estado que pretendía acabar con toda la labor consensuada con el pueblo. Cuando alguien muere, es habitual escuchar un panegírico de alabanzas, anécdotas siempre favorables - lo que los jóvenes llamamos "pasteleo" - en honor al fallecido.Si a esto unimos una historia personal realmente dramática - casi una tragedia griega de dolor, soledad y olvido - y una labor ímproba - traer valores democráticos a un país sumido en la ignorancia, el dogmatismo ideológico y la fuerza de 40 años de dictadura - sale un mito.
Al hecho de ofrecer un legado incuestionable, se unen las comparaciones dolorosas, desesperadas y nostálgicas por parte del pueblo que no entiende cómo de aquella época tan difícil pero tan ilusionante por la que tanto trabajaron se ha llegado en pleno siglo del progreso, el avance tecnológico y con la generación mejor preparada de la historia a una debacle económica, social, política. Una figura como la de Adolfo Suárez se engrandece aún más si cabe al compararla con los funcionarios públicos, gestores que desempeñan cargos políticos hoy en día. En momentos clave, las personas necesitan líderes que, como el propio Suárez, les hagan ver todo el potencial que tienen. Que no hay miedo que pueda constreñir nuestro futuro porque como él mismo dijo " el único miedo que hay que tener es el miedo al miedo mismo".
Los problemas de este siglo XXI son complejos, nos pillaron a contramano pero con la ventaja de vivir en una sociedad más abierta, mejor informada. Casi ningún tiempo pasado fue mejor, sólo tenemos que recuperar ese espíritu motivador para seguir adelante. Dentro de unos años esta Gran Recesión - yo la llamo Gran Estafa - quedará como una anécdota en los libros de Historia. Sin recordar a todas aquellas personas que vivieron períodos angustiosos sin trabajo, desahuciados, que han vivido un auténtico parón en sus vidas. Hay un antes y un después de la caída de Lehman Brothers, pero han resurgido valores como la honestidad, el coraje, el trabajo duro, el esfuerzo, el diálogo. Esos son los valores que dejó la Transición.Valores hoy tan válidos como en los años 70. Fuera sentimentalismos baratos, hipocresía y telerealidad.
En lo personal, yo ni siquiera había nacido cuando Adolfo Suárez culminó su labor de gobierno con una despedida honesta y memorable. Una actuación impecable y digna ante el golpe de estado que pretendía acabar con toda la labor consensuada con el pueblo. Cuando alguien muere, es habitual escuchar un panegírico de alabanzas, anécdotas siempre favorables - lo que los jóvenes llamamos "pasteleo" - en honor al fallecido.Si a esto unimos una historia personal realmente dramática - casi una tragedia griega de dolor, soledad y olvido - y una labor ímproba - traer valores democráticos a un país sumido en la ignorancia, el dogmatismo ideológico y la fuerza de 40 años de dictadura - sale un mito.
Al hecho de ofrecer un legado incuestionable, se unen las comparaciones dolorosas, desesperadas y nostálgicas por parte del pueblo que no entiende cómo de aquella época tan difícil pero tan ilusionante por la que tanto trabajaron se ha llegado en pleno siglo del progreso, el avance tecnológico y con la generación mejor preparada de la historia a una debacle económica, social, política. Una figura como la de Adolfo Suárez se engrandece aún más si cabe al compararla con los funcionarios públicos, gestores que desempeñan cargos políticos hoy en día. En momentos clave, las personas necesitan líderes que, como el propio Suárez, les hagan ver todo el potencial que tienen. Que no hay miedo que pueda constreñir nuestro futuro porque como él mismo dijo " el único miedo que hay que tener es el miedo al miedo mismo".
Los problemas de este siglo XXI son complejos, nos pillaron a contramano pero con la ventaja de vivir en una sociedad más abierta, mejor informada. Casi ningún tiempo pasado fue mejor, sólo tenemos que recuperar ese espíritu motivador para seguir adelante. Dentro de unos años esta Gran Recesión - yo la llamo Gran Estafa - quedará como una anécdota en los libros de Historia. Sin recordar a todas aquellas personas que vivieron períodos angustiosos sin trabajo, desahuciados, que han vivido un auténtico parón en sus vidas. Hay un antes y un después de la caída de Lehman Brothers, pero han resurgido valores como la honestidad, el coraje, el trabajo duro, el esfuerzo, el diálogo. Esos son los valores que dejó la Transición.Valores hoy tan válidos como en los años 70. Fuera sentimentalismos baratos, hipocresía y telerealidad.